“No, esta vez no. No vengo a platicar sobre estrellas, ni tengo ningún amanecer en mente, tampoco quiero contarles sobre cómo es el mar cuando estás enamorado. Esta vez voy a hablarles de algo que muchos no se atreven a pensar: La soledad. Y no me refiero a la “soledad bonita”, de esa que disfrutas cuando lees algún buen libro, me refiero a la otra, la que te hace pedazos, la que te rompe por dentro. Estamos solos, maldita sea, terriblemente solos. Sabes que a tu lado hay personas que te quieren, y no es por ser pesimista —en realidad soy bastante optimista—, pero todos se nos van de las manos algún día y entonces lo que queda es aprender a extrañar. A extrañar sin depender del recuerdo. La gente entra en tu vida y así como entra se va. Conoces a alguien, te ríes a su lado y así se hacen los amigos, sin ningún aviso previo. Luego te mudas, o te cambias de escuela, o te corren del trabajo, y son pocos los que deciden quedarse. Conoces a alguien, te gusta, hablan todos los días, hablan todas las noches y así es como te enamoras. Luego ese alguien (que también puedes ser tú) conoce a alguien más y todo termina. Las cosas son así porque nada es para siempre, aunque el “siempre” nos parezca tan bonito. Y es todo. Después de tantas veces que perdemos personas aprendemos a librar la batalla del pasado. Sí, puede haber mucha gente que te diga: “Cuentas conmigo”, “Debes salir adelante”, “Nunca voy a dejarte”, “Aquí estoy por si me necesitas”, y es lindo, es lindo porque ayuda. Pero finalmente nadie te saca de un hoyo si eres tú el que quiere tocar fondo. Al final te queda claro y aprendes a querer, y con ello a dejar ir, así que no hay más que aferrarse a lo queda, y lo que queda eres tú. Y ni siquiera tú te duras para siempre, pero nadie más va a acompañarte una vida. Así que quiérete, hablo en serio, quiérete mucho, que nadie puede hacerte más feliz”...viernes, 11 de julio de 2014
¿Que es realmente lo que quedara?
“No, esta vez no. No vengo a platicar sobre estrellas, ni tengo ningún amanecer en mente, tampoco quiero contarles sobre cómo es el mar cuando estás enamorado. Esta vez voy a hablarles de algo que muchos no se atreven a pensar: La soledad. Y no me refiero a la “soledad bonita”, de esa que disfrutas cuando lees algún buen libro, me refiero a la otra, la que te hace pedazos, la que te rompe por dentro. Estamos solos, maldita sea, terriblemente solos. Sabes que a tu lado hay personas que te quieren, y no es por ser pesimista —en realidad soy bastante optimista—, pero todos se nos van de las manos algún día y entonces lo que queda es aprender a extrañar. A extrañar sin depender del recuerdo. La gente entra en tu vida y así como entra se va. Conoces a alguien, te ríes a su lado y así se hacen los amigos, sin ningún aviso previo. Luego te mudas, o te cambias de escuela, o te corren del trabajo, y son pocos los que deciden quedarse. Conoces a alguien, te gusta, hablan todos los días, hablan todas las noches y así es como te enamoras. Luego ese alguien (que también puedes ser tú) conoce a alguien más y todo termina. Las cosas son así porque nada es para siempre, aunque el “siempre” nos parezca tan bonito. Y es todo. Después de tantas veces que perdemos personas aprendemos a librar la batalla del pasado. Sí, puede haber mucha gente que te diga: “Cuentas conmigo”, “Debes salir adelante”, “Nunca voy a dejarte”, “Aquí estoy por si me necesitas”, y es lindo, es lindo porque ayuda. Pero finalmente nadie te saca de un hoyo si eres tú el que quiere tocar fondo. Al final te queda claro y aprendes a querer, y con ello a dejar ir, así que no hay más que aferrarse a lo queda, y lo que queda eres tú. Y ni siquiera tú te duras para siempre, pero nadie más va a acompañarte una vida. Así que quiérete, hablo en serio, quiérete mucho, que nadie puede hacerte más feliz”...
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